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Jugando con los amigos.

Ya comenté alguna vez mi admiración por esa rara habilidad de Román Mazilli [1], editor de Campo Grupal, para encontrar, recordar, rescatar aquellas perlitas que nos hablan al corazón y a la razón sobre la sensibilidad. Ahora publica en su perfil en Facebook [2] un texto rescatado de las «Crónicas del Angel Gris» del genial Alejandro Dolina, que quiero reproducir aquí yo también porque representa mucho de lo que anhelo y rescato cuando genero o participo de un proyecto. Pero sin tantas explicaciones, sólo sensibilidad, este es:

Cuando un grupo de amigos no enrolados en ningún equipo se reúnen para jugar, tiene lugar una emocionante ceremonia destinada a establecer quiénes integrarán los dos bandos.

Generalmente dos jugadores se enfrentan en un sorteo o pisada y luego cada uno de ellos elige, alternadamente a sus futuros compañeros. Se supone que los más diestros serán elegidos en los primeros turnos, quedando para el final los troncos. Pocos han reparado en el contenido dramático de estos lances. El hombre que está esperando ser elegido vive una situación que rara vez se da en la vida. Sabrá de un modo brutal y exacto en qué medida lo aceptan o lo rechazan. Sin eufemismos, conocerá su verdadera posición en el equipo. A lo largo de los años, muchos futbolistas advertirán su decadencia, conforme su elección sea cada vez más demorada.

Manuel Mandeb, que casi siempre oficiaba de elector, observó, que sus decisiones no siempre recaían sobre los más hábiles. En un principio se creyó poseedor de vaya a saber que sutilezas de orden técnico, que le hacían preferir compañeros que reunían ciertas cualidades.

Pero un día comprendió que lo que en verdad deseaba, era jugar con sus amigos más queridos. Por eso elegía a los que estaban más cerca de su corazón, aunque no fueran tan capaces.

El criterio de Mandeb parece apenas sentimental, pero es también estratégico. Uno juega mejor con sus amigos. Ellos serán generosos, lo ayudarán, lo comprenderán, lo alentarán y lo perdonarán. Un equipo de hombres que se respetan y se quieren es invencible. Y si no lo es, más vale compartir la derrota con los amigos, que la victoria con los extraños o los indeseables.

Alejandro Dolina, «Crónicas del Ángel Gris»

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