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Opinión - 3. página

Comentarios y opiniones

La diferencia conceptual entre un alumno escolarizado y el alfabetizado

Leyendo a Michel Serres, filósofo y ensayista francés, en Pulgarcita -reconozco que tardíamente, es un trabajo de 2012- se mezclan muchas convicciones y algunas tristezas. Serres promueve y augura los cambios necesarios en la educación al tiempo que reconoce la dificultad central en esa cuestión: quienes organizan las reformas lo hacen según modelos perimidos desde hace largo tiempo. Mientras tanto –pensamos- el actor principal sigue creando su propio ecosistema -o «digitosistema»a su ritmo y frente a las incertidumbres -o inoperancia- de los adultos.

No puedo más que coincidir con esa mirada. Históricamente, la escuela fue un ámbito mayormente cerrado, un mundo particular girando en su propia galaxia ajena y aislada de lo cotidiano.  El mundo no entraba en la escuela, la escuela salía a él para mirarlo como un espectador, y en el mejor de los casos, analizarlo pero sin mezclarse. Ya en una excursión, una vista a una fábrica o un recorrido por el museo, eran todas excursiones al afuera como turistas de una realidad que de todos modos habitábamos, pero después de la campana de salida.

Hace varios años escribí un artículo que titulé El aula, en cualquier momento y en cualquier lugar, a partir de algunas ideas que fueron surgiendo mientras preparaba una serie de talleres que presenté luego en una escuela local, sobre algunas herramientas y servicios digitales que los docentes teníamos -tenemos- a la mano para utilizar en nuestras clases. Ese texto se convirtió luego en el eje de mi tesis final de la capacitación docente, así de relevante me resultó.

La experiencia viene a cuento porque aquel escrito tuvo una cantidad de comentarios entusiastas -en el mismo post y en charlas personales-, todos ponderando el acceso a esos recursos y el conocimiento de ellos. Pero uno en particular me llamó la atención: una docente innovadora, con años de experiencia en el aula y en la gestión, me hizo la salvedad de que reconocía el valor de los recursos digitales, pero reivindicaba espacio-aula como el lugar más relevante de la escuela. Siempre creí que esa, aun en boca de una hacedora, fue una confesión de incertidumbre.

La escuela, o mejor dicho los adultos que la habitan, necesitan, anhelan, se exigen cerrarse sobre si mismos y proteger ese territorio que temen perder. 

Pero años después la realidad demuestra lo que ya sospechábamos: aquella resistencia fue vencida y el mundo -el digital- se metió con toda su prepotencia en la escuela, y aquella incertidumbre convirtió a sus referentes adultos, en muchos, tal vez demasiados casos, en espectadores absortos, que solo atinan a criticar aquello que los confunde: la nueva realidad de chicos hiperconectados que reclaman nuevas maneras de organizarse, de aprender, de cuestionarse, de actuar y aún de ser. 

En palabras del propio Serres, «hoy la pedagogía cambia por completo con las nuevas tecnologías, cuyas novedades son sólo una variable cualquiera dentro de la decena o la veintena que (…) podría enumerar. Este cambio (…) repercute poco a poco en todo el espacio de la sociedad mundial y el conjunto de sus instituciones caducas».  De allí es que entendemos aquella insistencia de los reformistas de la educación: opinan, proponen, legislan y arriesgan sobre los viejos modelos perimidos, concebidos para una escuela que ya no existe, porque es aquella sociedad que los propuso la ya no existe. Como en una noria, cada propuesta parece ser una vuelta más en redondo sobre las mismas viejas ideas. Los avances no son avances, son solo una vuelta más. Rascando la superficie de cada novedosa teoría vuelve a emerger el pasado.

Algunos ejemplos de decisiones desacertadas por lo anacrónico -como la prohibición de uso de los celulares en la escuela o la eliminación del espacio específico para adentrarse en el mundo digital-, y aun la cara del especialista que hablaba loas del pretendido cambio del libro por la netbook de Conectar Igualdad cuando le pregunté «¿Y eso que cambia?», hablan a las claras, entendemos, de aquella incertidumbre a la que nos referíamos párrafos más arriba.

Los nuevos paradigmas englobados en «neologismos pedagógicos» que pueblan las propuestas en apariencias innovadoras, suelen esconder otros propósitos, algunos comerciales -onerosas conferencias, elevadas cuotas escolares, etc.-, otros desviados de la realidad -meritocracia y evaluaciones que solo sirven para llenar estadísticas-, ninguno de ellos orientados, presumo, a lograr consensos y cambios genuinos.

La educación experimenta hoy un cambio cultural que necesita de la reflexión y la participación de todos sus actores, con la certeza de que en la base de ese cambio se encuentra la enorme diferencia conceptual que existe entre un alumno escolarizado -en tanto parte del sistema- y el alfabetizado que cuenta con recursos para enfrentar las realidades y exigencias del siglo XXI. 


Imagen: Blog Biblioteca UniZar

El Garrahan necesita la verdad tanto como a las tapitas

El título de esta entrada no significa que despreciemos o neguemos la importancia de la campaña. Al contrario, la hemos apoyado y alentado tanto desde este espacio como en las escuelas en las que trabajamos. Sin dudas, la campaña del Hospital Garraham convocando a la comunidad a donar tapitas de gaseosas, ha logrado mucho: por ejemplo, que el dinero de la venta se destine a la construcción del nuevo Centro de Atención Integral del Paciente Oncológico de un Hospital que es el máximo referente de salud pública, gratuita y de alta complejidad pediátrica de la Argentina.

Pero semejante tarea necesita también, imperiosamente y urgentemente, de la verdad.

Leyendo el libro «La Argentina fumigada» de Fernanda Sández, me encuentro con el relato de Mechi Méndez, una enfermera de Cuidados Paliativos en Oncología Pediátrica del Garrahan. Ella cuenta lo que sucede puertas adentro: «se atiende a Fulanito que tiene una leucemia» dice, «no a Fulanito que tiene una leucemia y viene de un pueblo fumigado. El tema es que lo otro no lo ven, se van a seguir produciendo enfermos».

Se trata de nada menos que el crudo relato de quién vive en carne propia el sufrimiento ajeno. No se lo han contado. Lo ve todos los días en muchos de los niños a su cuidado.

En el video a continuación la enfermera Méndez, que además ha creado un canal de You Tube como ayuda en su esfuerzo en concientizar y comprometer a directivos, médicos y personal intermedio del hospital, cuenta su derrotero desde que se percató del problema en 2011.

La historia completa de esta lucha y otras, se relatan en el libro de Fernanda, de imprescindible lectura.

¿Quién gana y quién pierde con la automatización?

Semanas atrás nos referíamos en este espacio al proyecto presentado en la Comisión Europea proponiendo las seis leyes de la robótica, una especie de remedo de las 3 leyes de Asimov que revela hasta que punto el tema dejó de ser producto de la ciencia ficción desde hace mucho tiempo, para convertirse en un debate de profundas implicancias y con resultado imprevisible.

Uno de los puntos más controvertidos de la propuesta europea, decíamos en aquel artículo, es que de aprobarse los robots deberán pagar impuestos como una forma de reducir el impacto social del desempleo provocado justamente por su uso.

En medio de todo este debate, no deja de sorprender que el propio Bill Gates haya propuesto algo parecido hace un par de semanas: en un articulo publicado por BBC Mundo, el multimillonario fundador de Microsoft sugirió que parte del financiamiento de las nuevas actividades realizadas por robots  -reemplazando al operador o empleado humano- podría proceder de los impuestos sobre las ganancias generadas por el ahorro en pago de mano de obra derivado de la automatización.

Las palabras de Gates despertaron curiosidad e interés, no sólo por ser él mismo parte fundante de la industria que habilitó un avance sin precedentes en el área, sino además por su mirada del otro lado del mostrador: algunos economistas afirman que la automatización barata ya desvió los ingresos de los trabajadores hacia los propietarios de las empresas. 

La discusión sobre la diferencia entre la máquina que complementa al hombre y la que lo reemplaza marcó el origen mismo de la Revolución Industrial con el movimiento ludita, una breve pero violenta revolución encabezada por artesanos ingleses en el siglo XIX que protestaban contra las nuevas máquinas -el telar industrial y la máquina de hilar. Ellos se sabían amenazados por esas tecnologías que reemplazaban a los artesanos con trabajadores menos calificados y de salarios más bajos, dejándolos sin trabajo.

Esta discusión se continuó a través de las épocas, centralmente desde el punto de vista del trabajador. Dudas cuasi filosóficas tales como si la máquina reemplazará al hombre o qué hacer con la mano de obra desempleada por la automatización ocultaron un debate que, sospechamos, es hacia donde apuntan los economistas: cada centavo que se ahorra de pagarle al trabajador humano queda ahora en el bolsillo del empresario. Un reparto más justo se hace necesario.

Gates sugiere a los gobiernos que eleven los impuestos y reduzcan la velocidad de la automatización, de modo que pueda gestionarse el proceso desplazamiento de trabajadores en un amplio rango de empleos. El impuesto a los robots permitiría financiar, dice, el entrenamiento de las personas desplazadas por la automatización para empleos en los cuales los seres humanos son especialmente aptos, como el cuidado de los ancianos o la educación de los niños.

En respuesta a esto, algunas compañías tecnológicas sugieren que sean los consumidores y no las empresas las que paguen ese impuesto, ya que el costo de los productos fabricados por los robots es menor. Siempre y cuando, añadiríamos nosotros, los empresarios ajusten los precios a valores que realmente reflejen ese cambio tecnológico. En tiempos en que, por usar un ejemplo, el petróleo baja y el combustible sigue subiendo, se hace difícil confiar en semejante gesto de su parte.

Varios especialistas están trabajando en propuestas superadoras a la idea del impuesto, que anticipan podría perjudicar la automatización al frenar la innovación. Una de esas propuestas es que el Estado baje los impuestos a los trabajadores humanos y redistribuya mejor los ingresos de los robots.

Mientras tanto, los que pierden en este juego parecen ser siempre los mismos. Y los que ganan, también.


Fuentes: Suplemento Economía de Clarín – BBC Mundo
Imagen: Media Telecom

De discursos y oquedades

El análisis de la escritora y ensayista Beatriz Sarlo del discurso del actual Presidente ante la Asamblea Legislativa, es uno de esos lugares, creemos, en el que los discursos se resignifican para mostrar el peso -o la liviandad- de las palabras.

Por nuestra parte, solo proponemos escuchar una voz diferente. Las consideraciones y conclusiones, como siempre, quedan a cargo del lector.


Fuente: La Nación

A las tecnológicas no les interesa tu opinión ni tus problemas

Psafe, la compañía de servicios gratuitos de seguridad online, decidió discontinuar la actualización de su software antivirus para computadoras de escritorio. Esta medida fue decidida por la empresa de acuerdo a sus términos de uso, en forma unilateral e inconsulta.

«Vaya y consígase otro antivirus», es la consigna. No importa el problema que esto le provoque al usuario, justamente esa persona que está al otro lado de la línea y que confió en el producto para usarlo durante largo tiempo.

Usted dirá, «están en su derecho». O tal vez piense que después de todo, no es un problema. Sin embargo, imagine por un momento que todos los servicios que usted usa, al mismo tiempo y del mismo modo dejen de proveer soporte o discontinúen esos productos que usted usa. ¿Lo afectaría a usted de algún modo? ¿Se siente con ganas y conocimiento suficiente como para salir disparado a buscar los reemplazos?

Claro, no es la primera vez que sucede: nos hemos quedado en el pasado, de un golpe y sin aviso previo, sin Buzz, Wave o Reader, por citar ejemplos de otra empresa a la que suele no importarle a quién afectan estas decisiones, como lo es Google.

Días atrás mencionábamos el problema de la pérdida de datos a causa del error, y del deterioro y la obsolescencia de los soportes. Decisiones como las de Psafe son la otra pata del problema sobre el que se asienta la fragilidad de los sistemas: las empresas deciden qué les conviene o no, y el usuario debe adaptarse o perder.

Porque, según parece confirmarse, también para las empresas el eslabón más débil de la cadena es justamente, el usuario. 

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