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Alfonsín

¿Medio chiflados, o chiflados por los medios?

Juro que no sé, que a veces no sé por qué no entiendo o no veo lo que otros ven tan claro. Tengo cierta tendencia a pensar que el equivocado soy yo, siempre, reconozco. Y seguramente es por eso que carezco, parece, de una cierta soberbia como para equivocarme y nunca darme cuenta o no tener que pensar en pedir disculpas. Pero no, no soy así y sigo sin entender.

Todos los medios estuvieron en cadena nacional porque aconteció la muerte del ex presidente Raúl Alfonsín. Pero fue una cadena nacional espontánea, no ordenada desde el canal estatal como suele ser lo habitual. Desde las diez menos cuarto del 31 de marzo hasta ayer por la tarde, todo fue Alfonsín. En el medio estuvieron la reunión del G-20, el 1-6 en La Paz, el aniversario de Malvinas y el dengue, que tuvieron su espacio, claro, pero se empequeñecieron u opacaron frente al hecho mortuorio.

En los medios electrónicos -blogs, periódicos, foros, etc.- florecieron como el verde en la primera lluvia de primavera, los comentarios sobre la vida ejemplar del político fallecido. Como siempre suele suceder en estas discusiones, la posibilidad de disenso estuvo enfáticamente negada, y cada vez que alguien interrumpió el llanto para decir algo diferente a esa especie de gran obituario con línea editorial, fué defenestrado, insultado y maltratado.

Que problema tenemos. No se puede disentir.

Yo viví esa época. Para las elecciones del ’83 tenía 24 años. Trabajé, estudié, me casé y tuve a mi primer hijo en esos años de Alfonsín. Hubo cosas buenas, claro, y en muchas se hizo historia. El juicio a las Juntas tal vez esté a la cabeza de todas ellas.

Pero también estuvieron los pollos de Mazorin, la Aduana de Delconte, la hiperinflación, la disparada del dólar, la deserción de meses antes. Más cerca en el tiempo, una camara de TV lo descubre siendo senador y pasando papelitos para dirigir una votación. También estuvieron los prestamos a Cuba mientras aqui se repartia la caja PAN, el Plan Austral, la idea de mudar la capital a Viedma.

Estoy diciendo simplemente que tuvo aciertos y errores, y tal vez más de estos últimos, reconozcámoslo. Pero sólo se habla de la honestidad del muerto, como si ese fuera el único atributo exigible de un político. «Si, hizo macanas, pero era honesto». Vamos. No quiero corruptos en el gobierno, los detesto. Pero de allí a exigir unicamente honestidad para un cargo que requiere de una multitud de otros atributos hay un trecho largo. Y evidentemente, la muerte no los concede. ¿O será que se murió, finalmente, la esperanza nacida el 10 de diciembre de 1983?

Hoy leía el blog de Alejandro Rozitchner, 100 Volando. Él lo dice mucho mejor que yo, claro:

Hay una notable pérdida de objetividad cuando alguien muere. Y creo que no hace falta tanto. Muerta, la persona es lo que fue antes de morir. En realidad, menos, porque ya no está. Pero la muerte no mejora a nadie. Lo hace desaparecer, nada más.

Me molesta este reflejo automático de transformar en grande a quien muere. De repente tiene más virtudes que nunca. No, crezcamos, seamos más realistas.

Si el periodismo es el borrador de la historia, como suele decirse, se va a requerir de las generaciones futuras mucho rigor para desentrañar de este manojo de desinformación, la verdad histórica.